En Lucas 4, 38-44 contemplamos a Jesús acercándose a los enfermos no con indiferencia, sino con compasión y poder. Vemos cómo toca la mano de la suegra de Simón y la fiebre la deja de inmediato. No solo sana el cuerpo, sino que restaura la dignidad y la capacidad de servir. Esta escena nos revela un Jesús cercano, que entra en nuestras casas, en nuestras rutinas, en nuestras dolencias, y nos levanta. Nos recuerda que su presencia no es pasiva ni lejana, sino activa, sanadora y liberadora. Su toque transforma, su palabra da vida.

La urgencia del amor en un mundo herido

Hoy en día, la humanidad sigue necesitando ese toque sanador de Cristo. Basta mirar alrededor para ver cuántas "fiebres" nos consumen: la soledad, la ansiedad, la violencia, la indiferencia. La enfermedad ya no siempre es física; muchas veces es espiritual, emocional, existencial. En este contexto, la Palabra de Dios se hace urgente, viva y actual. Jesús sigue pasando, sigue sanando, pero a través de nosotros. Hoy más que nunca, el mundo necesita testigos que no solo hablen del Evangelio, sino que lo encarnen con gestos concretos de amor, cercanía y servicio.