En Lucas 4, 31-37, vemos a Jesús enfrentarse al mal con autoridad, no con violencia, sino con la fuerza de su Palabra. En la sinagoga, ante un hombre poseído, Jesús no grita ni se impone con gestos dramáticos; simplemente habla, y su palabra tiene el poder de liberar. Este pasaje nos revela que la autoridad de Jesús no proviene de títulos ni cargos, sino de la verdad que habita en Él. Su presencia no solo enseña, sino que sana, ordena, transforma. Es una palabra viva que no deja a nadie indiferente, porque donde Él está, el mal no puede permanecer.

Una Palabra que sigue inquietando al mundo

Hoy en día, vivimos rodeados de muchas voces: opiniones, noticias, tendencias... pero pocas tienen la autoridad que cambia vidas. La Palabra de Dios sigue presente, pero muchas veces es silenciada, ignorada o relativizada. Sin embargo, en medio de tanta confusión, sigue habiendo corazones que, como aquel hombre en la sinagoga, claman por liberación. Las adicciones, el vacío interior, la violencia, el odio... son signos de una sociedad que necesita urgentemente escuchar una voz que traiga paz verdadera.